El miedo es un agujero negro. Todo lo absorbe, en él todo se
pierde.
Puede que pensemos, que tengamos la ilusión, de que
controlamos nuestro miedo. Pero no es así.
El miedo nos consume, nos cambia, hace que dejemos de ser,
simplemente.
Día a día, va avanzando en nuestro interior. Juega con nosotros… Es posible que a veces
nos dé la sensación de que nos está dando una tregua… Pero es sólo eso. Una
ilusión. Con el miedo no hay treguas, es una lucha constante, debemos
conocernos para saber cómo afrontar, como combatir ese miedo. No podemos
permitir ni por un instante que el miedo nos gobierne. Porque puede que tener
miedo sea natural, pero lo que no lo es, es dejar de vivir. Así que debemos
hacer lo posible por mantener el miedo a raya.
Porque miedo y vivir, son dos conceptos completamente incompatibles entre sí. Y si dejamos que
nuestro miedo avance, y nos gane la batalla, estaremos permitiendo que nuestra
vida no sea como debe ser, no fluya como debería de fluir, en definitiva, no
viviremos. No nos lo permitiremos, y por supuesto, jamás alcanzaremos la
felicidad, porque, ni qué decir tiene, el miedo impide que la felicidad exista.
Todos tenemos miedo.
Miedo a perder, a fracasar, miedo a ver, miedo a sentir,
miedo a ser, miedo a conseguir, por todo lo que esto implica, miedo a cambiar,
miedo a no hacerlo, miedos trascendentales y otros que no lo son tanto; miedos,
miedos y más miedos… Porque el miedo forma parte de nosotros. El miedo es parte
del ser humano. No podemos arrancarlo sin más. No podemos ni debemos fingir que
el miedo no está ahí.
Es mucho más complejo que eso, y mucho más sencillo a la
vez. Admitir ante nosotros mismos que tenemos miedo es esencial, averiguar a
qué le tenemos miedo realmente… es vital.
Conocernos, amarnos y respetarnos es arma más que suficiente
para combatir el miedo.
La cuestión es ¿vamos
a dejar que el miedo gane la batalla?
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